martes, 16 de marzo de 2010

Aquello a lo que los humanos llaman celos

Capítulo 29 -Yo deseo...


-Miren, miren lo que tenemos aquí –murmuró una de las personas de aura oscura. –La pequeña rata a la que le robamos aquel día… ¿Qué haremos con ella hora? ¿La obligamos a pedir el deseo?

-Si ella no lo hace, nadie podrá –indicó una de esas personas. –Tráela aquí.

Aquellos eran los seremos más horribles que Marian había visto en toda su vida. Vestían con largas capas negras, las cuales cubrían completamente la cabeza y la mayor parte de su cara por debajo de las largas mangas de la ropa, pudo ver una mano putrefacta con enormes garras.

Un par manos putrefactas aprisionaron a Marian por los brazos y la llevaron a hacia donde se encontraba el jefe, mientras los otros rodeaban a Alexander.

Marian intentó escapar de las filosas garras de su enemigo, con patadas y golpes, pero por más que lo intentara, era demasiado fuerte para ella sola.

Finalmente, al estar frente al jefe de aquellas personas, pudo verle la cara. Esta era la de una calavera de ojos rojos y mirada malvada.

La joven intentó gritar, pero su voz no salió. Estaba tan asustada que apenas podía moverse.

Intentó llamar la atención de su compañero de viaje, pero este se encontraba ocupado, intentando quitarse a las otras 3 personas que estaban comenzando a atacarlo simultáneamente.

-Ya basta de tonterías –dijo el jefe con seriedad. –Si me haces caso, no lastimaremos a tu amigo, pero si intentas resistirte a pedir nuestro deseo. Nos veremos obligados a acabar con él.

Ellos hablaban muy en serio, Marian lo sabía. Si hacía un movimiento en falso, ellos no dudarían en acabar con Alexander, pero, ¿qué más podía hacer?

-De acuerdo –accedió la chica. -¿Qué es lo que desean que haga? Haré lo que deseen, pero no le hagan daño.

-Muy bien –respondió el líder del grupo. –Así me gusta, niña. Si haces lo que te pedimos, pronto estarás libre.

-Dime lo que tengo que desear –murmuró Marian con voz temblorosa.

-Queremos que traigas al sexto demonio de la destrucción –contestó aquel ser tomando el rostro de la joven con sus asqueroso dedos.

La chica intentó mirar a Alexander, pero este estaba siendo torturado por aquellos demonios. Los cuales a simple vista no parecían muy fuertes, pero era sólo su apariencia, ya que su fuerz a sobrepasaba por mucho la de Alexander.

El demonio que había capturado a Marian, depositó la gema en la mano de la chica y separó de ella y del jefe para unirse en la pelea contra Alexander.

La joven miró a su compañero a lo lejos. Le dolía ver como Alex no podía ni siquiera levantarse del suelo, en dónde aquellos deplorables seres lo golpeaban sin piedad.

-¡Ya basta! –gritó Marian angustiada. –Prometieron que no le harían daño.

-Cumple nuestro deseo y lo dejaremos vivir –sentenció la calavera. –Te aconsejo que te de prisa, de lo contrario, ellos lo mataran antes.

No tenía más remedio que obedecer las órdenes enemigas, si quería volver a ver a su amigo con vida.

Agarró la gema, la aprisionó contra su mano y cerró sus ojos con fuerza.

Lo pensó por unos instantes, pero el deseo de salvar a su amigo era mucho más fuerte que cualquier otra cosa. Sin embargo, ¿para qué desear lo que ellos pedían, si de algún modo podía ayudar a Alexander?

Sabía que no podía librarlo de aquella batalla, pero si podía convertirse en algo que lo ayudaría a tener una lucha un poco más pareja.

"Deseo ser el arma más poderosa de todas para ayudar a Alex a salir de esto…" De repente, su forma humana comenzó a distorsionarse poco a poco. Hasta que se terminó por convertir en una oz de un extraño metal de color negro.

Aquella arma misteriosa, llegó a manos de Alex como por arte de magia. Era como si fuera atraída por un imán, o algo parecido.

Sin embargo, cuando él la tomó con sus manos, fenómenos extraños comenzaron a aparecer por todo el mundo. El día nublado se cubrió con la oscuridad, como si fuera de noche, todo rastro de luz del día desapareció. Lo único que quedaba, era una enorme luna de color rojo sangre.

Vientos huracanados comenzaron a aparecer, junto con rayos que iluminaban el cielo de vez en cuando.

Los animales estaban asustados e intentaban refugiarse.

Las luces de todas las casas se apagaron de un momento a otro, y por más que intentaran encender una vela, la luz no se encendía. Era como si una especie de magia estuviera influyendo en todos los elementos de la naturaleza.

(…)

Los ojos de Alexander se oscurecieron al instante en que su mano tocó el arma, la expresión de su cara cambió por una faceta de maldad pura. Los músculos de su pecho resaltaron aún más.

-¿Quién diablos fue el que me despertó? –preguntó Alexander con una voz que no era la suya. -¡Estúpidos! El momento aún no ha llegado, yo no debería estar aquí.

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